¿Tiempo y espacio para las pedagogías feministas en nuestras clases?

Una tarde, durante el último semestre de mi licenciatura en Sociología y Ciencias Políticas, estaba sentada en un aula casi llena, enganchada con la explicación del profesor sobre la tesis de Susan Moller Okin de “Justicia, Género y Familia”. En lugar de pasarlo dormitando por el cansancio de última hora de la tarde, estaba anotando cada punto sobre cómo el matrimonio heterosexual perjudica a las mujeres. Me puse cada vez más agitada mientras el profesor explicaba cómo la ruptura del matrimonio coloca a las madres y sus hijxs en una posición de tremenda precariedad social y económica. Salí de la clase con un dolor de cabeza, di vueltas en la cama toda la noche y al día siguiente exploté en la sesión con mi terapeuta universitaria. Aunque no tenía las palabras para explicar y ni siquiera entender lo que había sucedido, el tema de la clase gatilló en mí una ansiedad latente.

Esta fue la primera, pero no la última vez, en que el estudio de la teoría de género y feminista tocó los nerviosos de un trauma personal. No fue hasta que experimenté un espacio de aprendizaje alternativo en el Centro de Formación, Sanación e Investigación Transpersonal – Q’anil en Guatemala, que pude replantear mi crisis como una reacción comprensible a un tema político que estaba cargado de experiencias profundamente personales. En Q’anil, la experiencia personal se considera tan importante como la teoría, informando nuestra aproximación a lo político y vice-versa. Inspirada por esta visión, propuse una colaboración de investigación con Q’anil para explorar las posibilidades que ofrece su metodología para la sanación y transformación social en contextos afectados por conflictos. El doctorado comenzó en 2019 y desde entonces he participado en varios cursos entre 2020 y 2021: Cuerpos sexualizados y racializados (CSR – observación-participante) y Cuerpos, erotismos y sexualidades (CES – solo observación). Además, he entrevistado a 25 personas involucradas con la organización, incluyendo participantes de los cursos, personal, facilitadorxs y voluntarixs, durante las cuales conversamos sobre la evolución de nuestra relación con la organización y el impacto que sus procesos de aprendizaje y sanación han tenido en nosotrxs.

Mi investigación me ha ayudado a replantear esas primeras experiencias académicas y a reflexionar sobre la forma de abordar temas delicados y potencialmente triggering en los cursos de pregrado y de maestría sobre género, feminismo y derechos reproductivos que yo he impartido. Al darme cuenta de que la ira y la retraumatización no tienen por qué ser nuestras únicas respuestas frente a temas sensibles, comencé a cuestionar lo que podemos hacer para apoyar a nuestrxs estudiantes a procesar las experiencias personales que fundamentan gran parte de la teoría de género y feminista, incluso en la tradicional aula universitaria. Este artículo1 es a la vez un ejercicio de autoetnografía, en el que reflexiono sobre cómo mis propias experiencias educativas han influido en la trayectoria de mis intereses de investigación, y se basa en algunas reflexiones de lxs participantes entrevistadxs como parte de mi doctorado que han consentido en compartir su experiencia con Q’anil. Estas entrevistas han sido anonimizadas.

Historias que nos dejan frágiles

Según Sara Ahmed, “las historias que nos llevan al feminismo son las que nos dejan frágiles”. Y al convertirnos en feministas, “empezamos a identificar que lo que me pasa a mí, le pasa a lxs demás (…) tenemos que atender a los sentimientos que podríamos desear que desaparecieran”. En un proyecto de investigación que explora la continuidad colonial de la violencia racial y sexual en Guatemala, la separación y el eventual divorcio de mis padres pueden parecer consideraciones menores. Sin embargo, lo menciono aquí porque es el incidente más concreto que recuerdo en el que mi trauma personal se disparó en un entorno educativo tradicional. Nunca había analizado mi dinámica familiar a través del feminismo y fue impactante ver la trayectoria de la separación de mis padres esbozada en clase, paso por paso, como la regla y no la excepción.

Años después, en 2016, me inscribí en el diplomado de Q’anil Cuerpos, erotismos y sexualidades cuando ya llevaba dos años trabajando en Guatemala con una ONG de derechos humanos. De las ocho alumnas que nos inscribimos ese año, la mitad éramos personal extranjero del sector de cooperación internacional y la otra mitad eran mujeres guatemaltecas ladinas o mestizas.2 El grupo se conformó con mujeres cis y trans, de un espectro amplio de activistas sociales y feministas. Aunque Q’anil mantiene sus puertas abiertas a todas las mentes curiosas, los principales temas que maneja – sanación, sexualidad, erotismo – parecen atraer una participación mayoritariamente de mujeres cis, trans y personas no binarias, la mayoría de las cuales comparten una identidad ladinx/mestizx o extranjeras (América Latina y Europa). La gran mayoría de lxs participantes están involucradas en algún tipo de movimiento de justicia social, derechos humanos y feministas, en la academia o desde el acompañamiento a sobrevivientes de violencia sexual. Desde 2020, como respuesta a la pandemia, Q’anil se ha adaptado a la virtualidad para todos sus procesos formativos y terapéuticos, lo cual ha atraído a participantes de toda América Latina y Europa. Generalmente son personas que ya tienen alguna conexión con Guatemala o que han oído hablar de Q’anil a través de redes feministas transcontinentales.

Mientras explorábamos diversas teorías feministas y decoloniales en clase, nuestro grupo compartió muchos momentos que describimos como de darnos cuenta, forjando amistades estrechas, varias de las cuales perduran hasta el presente. La teoría puso en relieve nuestras experiencias personales, ayudándonos a comprender los factores estructurales que influyen en nuestra experiencia generizada del mundo. En este espacio, el darse cuenta se sintió más como una chispa de luz que un detonante (trigger), porque se produjo en un entorno en el que se fomentó y apoyó la discusión de las historias personales y la apertura a la vulnerabilidad como parte de la metodología. Casi no hubo una clase en la que una de nosotras no se emocionara, pero tuvimos el tiempo, el espacio y el acompañamiento necesarios para procesar la rabia, la tristeza, la desesperación o la esperanza y la alegría que a menudo brotaban en el espacio. El aprendizaje colectivo y la oportunidad de vernos reflejadas y espejeadas en las historias de otras personas unió muchas de las brechas, aparentemente abismales, entre nuestras experiencias de género, raza y clase. Esta metodología fue creada para legitimar el ser y su experiencia, pero también abrió camino para entender la teoría con una profundidad encarnada que nunca antes había experimentado.

Historias frágiles como catalizadoras del cambio

Según la visión de Q’anil, las “historias frágiles” no tienen por qué mantenernos atados a nuestro trauma, sino que pueden ser catalizadoras para la acción y el cambio social positivo. Resignificar estas experiencias y contribuir al “cambio personal, relacional y social a partir del darse cuenta de los patrones culturales que nos han perjudicado y que, sin embargo, seguimos reproduciendo, e ir deconstruyendo las opresiones y los privilegios interiorizados” es el núcleo de la misión de Q’anil (Entrevista Yolanda Aguilar, diciembre de 2021). Aguilar, fundadora y directora de Q’anil, me ha dicho muchas veces que la organización surgió a partir de la urgencia del contexto guatemalteco y la necesidad de sanar las heridas dejadas por décadas de un conflicto armado interno (1960-1996) y siglos de violencia colonial de género y raza. Q’anil ofrece una posible respuesta a la necesidad de sanación en un contexto en el que las soluciones de justicia y reparación centradas en el Estado rara vez han cumplido con el reclamo de justicia de lxs sobrevivientes, o han fracasado ante un sistema de justicia inamovible y políticas de negación.

El proceso de justicia transicional que tanto prometió a lxs sobrevivientes y víctimas de la guerra, y que en algunos casos sí cumplió, se ha enfrentado a crecientes interferencias políticas y judiciales y a bloqueos en la búsqueda de procesamientos de alto nivel por actos de genocidio y crímenes de lesa humanidad. Las instituciones de paz se cerraron en 2020 y ha habido repetidos intentos de aprobar una ley de amnistía que anularía las sentencias existentes e impediría nuevos juicios. Muchxs funcionarixs, fiscales e incluso jueces se han exiliado debido a las amenazas contra su vida y su libertad. En un contexto así, la sanación se ha convertido en un acto de resistencia contra la violencia y contra el olvido, impulsado principalmente por organizaciones feministas y comunitarias.

El currículo de Q’anil se centra en la teoría feminista y decolonial, sobre todo de academicxs y activistxs latinoamericanxs, complementada por sesiones centradas en el aprendizaje experiencial, principalmente la práctica somática y las sesiones de terapia de reencuentro. Las clases suelen comenzar y terminar con una breve meditación que invita a los estudiantes a conectar con sus cuerpos, sus sensaciones y sus emociones. Se invita a que cada facilitadora enseñe desde su propia experiencia y conocimiento situado y encarnado, donde la teoría suele desempeñar un papel secundario. Se invita de forma recurrente a que lxs participantes se revisen a sí mismxs (cuerpo y emociones) y compartan cómo se sienten. Se les da espacios para que discutan entre ellxs qué cuestiones han surgido de la teoría, privilegiando su respuesta emocional en lugar de abrir debates teóricos abstractos. Al final de cada curso, lxs participantes elaboran una autoetnografía en la que reflexionan sobre cómo la teoría abordada a lo largo del curso ha influido en sus vidas personales y en su acción política.

En nuestras conversaciones sobre el impacto de estos procesos, unx de lxs participantes comentó el impacto personal que tuvo leer Calibán y la bruja, de Silvia Federici: “No pude leer más de tres páginas de ese libro sin cerrarlo y tomar aire (…) Esto es parte de mi historia como mujer, todo lo que pasó. Creo que es muy bueno hacerse consciente de que eres parte de la historia, pero también hay una enorme carga emocional que viene con eso” (Entrevista con unx participante, octubre de 2021). Otra participante mencionó que Q’anil crea “un espacio seguro, porque el contenido también es muy impactante, ¿no? (…) Y los ejercicios te conectan no sólo con tu conciencia sino también con tu cuerpo”. (Entrevista a una participante, septiembre de 2021).

Crédito de la foto: Centro de Formación-Sanación e Investigación Transpersonal – Q’anil

Se podría entender como un lujo e incluso un privilegio el hecho de que Q’anil pueda ofrecer cursos a pequeños grupos de entre 10 y 20 estudiantes que duran entre siete y 16 meses. Bajo estas condiciones, se pueden construir vínculos de confianza y lxs estudiantes son acompañadxs por facilitadores y pares que han recibido formación. Como organización especializada en el acompañamiento de sobrevivientes de violencia sexual, tienen la experiencia y la capacidad de acompañar a lxs participantes a través de temas o conversaciones potencialmente perturbadoras. A pesar de las especificidades de la misión de Q’anil y del contexto cultural e histórico de Guatemala, hay lecciones que se podría tomar de su enfoque pedagógico y aplicar en otros contextos educativos.

Hacia una pedagogía encarnada: Poniendo a prueba los límites del aula neoliberal

Tradicionalmente, el mundo académico ha enseñado y teorizado sobre el cuerpo y la violencia ejercida sobre este, pero rara vez ha pensado desde el cuerpo. La academia nos anima a enseñar, hablar y teorizar sobre los “otros” o “ellos” y no sobre “nosotras” o el “yo”. Se enseña que la distancia entre nosotras y nuestras teorías o etnografías es lo correcto, y que debemos enseñar a nuestrxs alumnxs a hacer lo mismo en nombre de la “buena” ciencia. Esperan que enmascaremos nuestras propias vulnerabilidades y esperamos que nuestrxs estudiantes hagan lo mismo.

Sin embargo, lxs académicxs feministas y decoloniales han cuestionado cada vez más las bases ficticias de neutralidad y objetividad en que se fundan todas las ciencias.3 La reflexividad – un reflexión profunda y continua sobre nuestra relación cambiante con nuestro mundo y nuestra investigación – y la posicionalidad – el reconocimiento que las identidades, experiencias y prejuicios conforman e informan nuestra interpretación del mundo y nuestra investigación – son ahora aspectos integrales de la ética y la praxis de la investigación feminista y decolonial. Sin embargo, puede resultar difícil ver cómo podemos llevar nuestro yo reflexivo al aula o si podemos o debemos ser abiertxs con nuestrxs estudiantes sobre nuestras posicionalidades, especialmente si habitamos identidades marginanilizadas.

Además, está claro que el trauma estará presente en nuestras clases, lo reconozcamos o no. Sabemos que al menos una de cada tres mujeres sufrirá violencia de pareja a lo largo de su vida. Al menos un tercio de las mujeres y estudiantes no binarixs de los campus universitarios irlandeses han sufrido agresiones sexuales. Mientras que en el Reino Unido la Unión Nacional de Estudiantes afirma que dos tercios de lxs estudiantes han sufrido violencia o acoso sexual. Del mismo modo, sabemos que cuanto mayor es la diversidad entre lxs estudiantes, más probable es que hayan experimentado formas multidimensionales de violencia que abarcan la raza, la etnia, la religión, el género, la sexualidad, la clase y la capacidad.

bell hooks promueve una pedagogía comprometida que dé lugar a la experiencia vivida y se centre en el bienestar de profesores y alumnxs, en la que la vulnerabilidad sea mutua y lxs alumnxs sólo compartan lo que su docente esté dispuestx a hacer en cualquier clase. Este modelo de enseñanza, según hooks, permite la autorrealización tanto de lxs profesores como de lxs alumnxs, donde la enseñanza es tanto un lugar de resistencia como una forma de sanación. La pedagogía comprometida invita a lxs profesorxs a traer todo su ser – cuerpo, mente y espíritu – así como su pasión – Eros – a la experiencia de aprendizaje, una visión que desbarata por completo la lógica cartesiana de la superioridad del intelecto sobre el cuerpo. Una de las estrategias de hooks para practicar la pedagogía comprometida era facilitar espacios informales de intercambio con y entre lxs estudiantes afuera del aula. Sin embargo, advierte que la pedagogía comprometida no significa que la clase se convierta en una sesión de terapia. Y, a diferencia de muchxs de lxs miembrxs y facilitadores de Q’anil, pocxs de nosotrxs somos terapeutxs y probablemente no tenemos la capacidad de abordar experiencias individuales de violencia o trauma. No obstante, la vida y el aprendizaje de lxs alumnxs pueden enriquecerse y mejorar gracias al conocimiento compartido.

Siguiendo a hooks, Bimm y Feldman impulsan un enfoque informado sobre el trauma para enseñar temas sensibles como un acto de cuidado hacia lxs estudiantes y hacia nosotrxs mismxs, incluyendo, pero no limitándose, a las advertencias de contenido (trigger warnings). Morris propone que tratemos a nuestrxs alumnxs como participantes activxs en su educación, en lugar de aprendices pasivxs. Podríamos empezar por reconocer la legitimidad de los sentimientos y emociones de nuestrxs alumnxs como una forma válida de conocimiento. La posicionalidad, la reflexividad y la escritura autoetnográfica son herramientas que podrían introducirse desde el principio de nuestras carreras universitarias y no sólo cuando estamos madurando en la investigación, desaprendiendo así todas las suposiciones dadas por sentado sobre la neutralidad y la objetividad y encontrando nuestras propias voces dentro de nuestra investigación.

La importancia de darse cuenta está al centro del enfoque de Q’anil como parte integral de una pedagogía feminista encarnada. Se anima a lxs participantes a reconocer lo que está sucediendo en sus cuerpos, las emociones y las sensaciones, incluidas las tensiones y los bloqueos. Para Aguilar, esto es un aprendizaje esencial que nos permite ir más allá de la comprensión intelectual hacia una apropiación de nuestras propias experiencias y un cambio personal y colectivo transformador. Esto implica confrontar el dolor y procesar los duelos que pueden surgir de la opresión de género o raza, pero también dar espacio al placer y la recuperación de nuestro eros.

hooks escribía sobre la enseñanza para la transformación hace casi treinta años y, sin embargo, da la sensación de que el trabajo de las pedagogías encarnadas y feministas, en gran medida, sigue siendo un tema de experimentación por parte de académicxs y activistas comprometidxs como Morris, Bimm y Feldman, o de espacios de aprendizaje alternativos como Q’anil. De hecho, el aula neoliberal, en la que los cursos se limitan a un semestre de 12 semanas o a clases magistrales impartidas a más de 300 estudiantes, significa que este tipo de enseñanza transformadora sea aún más difícil de implementar, pero, quizás por lo mismo, más necesaria.

Por otro lado, lo anterior podría percibirse como una demanda excesiva hacia profesorxs universitarixs ya abrumadxs por las exigencias de enseñanza, corrección, investigación, financiamiento y administración en entornos de trabajo cada vez más precarios, mal pagados y a veces hostiles. Las universidades se rigen cada vez más por la lógica de las métricas y el marketing, donde una pedagogía que se centra en la corporalidad y las emociones puede ser considerada como inútil o incluso amenazante para el orden establecido. Quizá se trate de la cuestión fundamental de a qué aspiramos en la educación. ¿Se ha convertido el feminismo simplemente en otro campo de la teoría en el que se deposita información y se extraen citas apropiadas, de lxs teóricxs apropiadxs, para escribir un ensayo o examen de fin de semestre?  ¿O podemos volver a las raíces radicales de la educación feminista como una práctica liberadora con el potencial de transformar nuestras vidas y las de nuestrxs estudiantes?

Aisling Walsh (ella) es estudiante de doctorado en sociología en la Universidad de Galway, donde investiga las prácticas decoloniales y feministas de sanación como justicia en Guatemala, con el apoyo de la beca de postgrado Andrew Grene en Resolución de Conflictos, del Consejo de Investigación de Irlanda (Irish Research Council). También es escritora y traductora independiente, con relatos, ensayos y reportajes publicados en Electric Lit, Catapult, LitHub, Litro, Barren, Rejection Letters, Pank, Entropy Mag y Refinery29, entre otros. Su ensayo “The Center of the Universe” fue seleccionado como finalista en el Premio CNF So To Speak para 2021, y su ensayo “Misplaced Loyalties” fue finalista en el Concurso CNF Phoebe Spring 2022. Se la puede encontrar twitteando sobre la escritura, la vida de una estudiante de doctorado y su gata Kiki en @AxliWrites

Notas.

  1. Declaración de financiamiento: Este trabajo fue apoyado por el Consejo de Investigación Irlandés (Irish Research Council) bajo la Beca de Postgrado Andrew Grene en Resolución de Conflictos [GOIPG/2019/4454].
  2. A diferencia de mestizx, utilizado en muchos otros contextos latinoamericanos, y que implica el reconocimiento de la mezcla de múltiples identidades étnicas, ladinx se entiende como una no identidad, basada en la negación de cualquier relación con lo ‘otro’, lo indígena. (Aguilar, Y. 2019. Femestizajes. Cuerpos y Sexualidades Racializados de Ladinas-mestizas. Guatemala: F&G Editores.)
  3. Ver por ejemplo: Anzaldúa, G. (1999) Borderlands/La Frontera: The New Mestiza. Haraway, D. (1988). Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective.; Harding, S. (2012). Feminist Standpoints; Smith, L.T. (2012). Decolonizing methodologies: Research and Indigenous Peoples.

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