¿Qué hacer? Reflexiones sobre el estallido social en Chile

por Paula Hollstein Barría

Este artículo fue escrito los primeros días de noviembre, aproximadamente dos semanas después del comienzo del llamado estallido social en Chile. Datos numéricos han sido actualizados a la fecha de emisión.

El presidente declaró estado de excepción. Convocatorias diarias en redes sociales, marchar y ‘cacerolear’. Veo imágenes de incendios, y saqueos. Circulan fotos de manifestantes arrasados por agua lacrimógena, más de 350 con lesiones oculares por balines policiales. Un contador de muertes, actualizándose en vivo, y cruentos relatos de algo que parecía superado: tortura: 617 querellas presentadas por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), otras 117 por violencia sexual. Las imágenes también alternan con otras que pixelan un cuadro romántico. La calle es sitio de aglomeraciones de millones (esto es literal), Víctor Jara en cientos de guitarras y la bandera mapuche en lo más alto del monumento al militar Baquedano. El cuadro es fílmico. La estatua ahora deja de darle nombre a su plaza, que se pasa a llamar de facto ‘plaza de la dignidad.’

Crédito de la foto: Luis Bahamondes, @luis_bahamondes

Mi ansiedad la vivo en Coventry, Inglaterra, a 12.000 kilómetros de Chile. Soy una abogada de 38 años que hace tres meses estudia sobre violencia. Soy tan blanca, como se cree lo blanco en Chile, pero lo suficientemente chilota para que los británicos no entiendan mi inglés del Liceo B-31, Ancud. Leer, lo que debo hacer, es una lucha, comunicarme (genuinamente) con Chile otra. Ahora estoy más ‘entre’ que nunca. La confusión sube el volumen a mis sentimientos y estos claman por información. Mi celular ofrece ese contenido. Estoy emocionada, sobrepasada. Las noticias ya dejaron de ser triviales en Chile. Todo me interpela, me envuelve, me atrapa. Las imágenes parecen irreales, por lo que no paro de mirar la pantalla. Debo corroborar que es verdad. Mi mente, luego mi cuerpo es comprometido, intoxicado. Imagino a que se parece esto. ¡Una revolución! ¿idealizo? No lo sabré. También la preocupación y la culpa. Estoy lejos de Chile. Esa circunstancia es engañosa y problemática en ‘ofrecerme distancia.’ Otrxs en Chile pueden sentirse más lejos, otrxs siempre lo han estado.

No debo tomar palco. La razón parece a primera vista obvia: se trata de tragedia humana. La indiferencia es inmoral. Son demandas básicas. Decir que las ‘comparto’ es austero. Pienso en la pensión de mi mamá profesora, la salud, la salud mental no cubierta por Fonasa, la salud mental de la gente de Chiloé. Miedos íntimos. Las hipocresías que vi en el Estado y en la elite progresista. Sin embargo, lo que parece ser una primera alternativa: ‘participar’ o solo ‘tomar partido’, por razones misteriosas me complica. No sé qué hacer con el conocimiento de pocos días: discursos e imágenes que vienen desde Chile. ¿De dónde viene mi impulso en mirar, intervenir y mi posterior duda? Me siento bajo arresto. No es exactamente impotencia, porque dispongo de alternativas, desde reunirme con chilenxs, hasta colaborar remotamente. ¿Estoy acaso excusándome? Los miedos y rabias emergen en formas cifradas, o inconfesables. Tal me terminé tumbando, las palpitaciones de hoy ya no son tan punzantes como las primeras. Susan Sontag me advierte: ‘La compasión es una emoción inestable. Necesita ser traducida a la acción, o se marchita.’

Mi incomodidad toma algo de forma: una pregunta: ¿Cómo se participa si uno quiere honrar el cuestionamiento a la desigualdad? Por supuesto, los privilegios van más allá de un dato económico, o siquiera un dato específico. A pocos días del llamado estallido, se hace patente que dispongo de ciertas formas de intervención, que otros no tienen. Varias opciones se me presentan (o a otrxs que conozco): No solo asistir a cabildos; sino participar en borradores constitucionales, apoyar en la discusión jurídica que empieza a emerger, firmar cartas académicas, y hasta patrocinar acciones judiciales. De hecho, ya firmé un documento online. Mis alternativas dejan entrever mi posición en la sociedad chilena, aun fuera geográficamente de ella. Me pregunto ¿es inocuo la forma y la plataforma sobre la cual alzo mi voz? No lo es. Es un hecho, no estoy en la calle. Asumirlo sin más también podría ser problemático. Es precisamente la naturalización del Chile fracturado.

Añado a mi enredo la incorporación un fastidio extra: ser feminista. No parece ser buena hora para mi provincianismo, decoro, pasos al costado. En definitiva, eso es ceder poder a otro sospechoso: el patriarcado. No pocas académicas, intelectuales y nuestras profesionales parecieran tenerla más clara. La Academia a veces se toma su tiempo, pero en este caso no. Esas mujeres toman sus espacios y abogan por una demanda adicional: la constitución feminista. Columnas y cabildos ad hoc se ponen en marcha (territorio y amistad, como base de vínculo). Las vanidades pueden ser algo meritorio de desechar, pero y ¿el poder? Hay lujos que las feministas parecieran no poder darse. Sin embargo, no salgo del arresto en el que me puse. Me es difícil enarbolar incluso una modesta declaración: ‘YO creo que…’ o ‘NOSOTRAS creemos que…’ Es problemático asumir que soy leal a varios conocidos otros valores (feministas también) si no pienso en otras voces. Las voces que emergen – más difusas, pero atronadoras – desde la calle. Iniciales ondas subterráneas de nuestros terremotos. Las marchantes anónimas. Aquellas perjudicadas por el sistema económico, y ahora, reprimidas por las fuerzas policiales (más de 1300 en Comisarías, INDH).

No menor número de grupos de Whatsapp, cartas de apoyo en diarios, círculos de poder, serán los que diseñen las nuevas políticas públicas, y en ellxs la capacidad de comprender las voces subterráneas pudiera estar sobredimensionada. Las mujeres marchantes (las que solo marchan) no están en ellxs. No estarán las mujeres sobrevivientes de violencia estatal; las que no irán a denunciar; aquellas silenciadas por violencia doméstica y aquellas a quienes la pobreza o la muerte alcanzó en su casa o la calle. Adrienne Rich nos advierte que, si bien uno necesita expresarse, desde el centro de nuestros propios sentimientos, debe ser con un ‘sentido correctivo’ de que nuestros sentimientos no son el centro del feminismo.

¿Cómo podría entonces reaccionar, enalteciendo al menos una de las razones de esta lucha? ¿A qué valor apelo si quiero respetar lo que se reclama: igualdad y dignidad? ¿Sobriedad? Puede que haya en nosotrxs cierta capacidad de entendimiento. Los llamados apelan a que la élite haga un ejercicio de empatía: ‘¿es acaso posible vivir la vejez dignamente con 180 dólares mensuales?’, ‘tú no eres reprimido porque no vives en Lo Hermida’, ‘Sr Ministro póngase en los zapatos de quien toma la micro a las 6am’. Susan Sontag derechamente postula la impertinencia de dicha invocación: ‘La empatía es demasiado simple. En la medida en que sentimos empatía, sentimos que no somos cómplices (socios) de lo que causó el sufrimiento. Nuestra empatía proclama nuestra inocencia y nuestra impotencia.’ Nuestra forma tradicional de enfrentar el sufrimiento, hace pensar que el otro es simplemente ‘otro’, distinto, situado en otra esfera, radical e inapelablemente otro. Pero la decisión de ser espectadores no emerge ‘naturalmente.’ Que no esté en primera línea no es una decisión que me exceda completamente. De proponerlo así, hay una deshonestidad. No ubicamos nuestros privilegios en el mismo mapa que ese dolor, y lo están. Por más segmentado que esté Santiago, una línea (no tan sinuosa) es posible de ser trazada. Sin embargo, preferimos ni imaginar cómo nuestra situación y la de otrxs se encuentran vinculadas. La comodidad de algunxs, la felicidad misma, implica la destitución de otrxs. El poster de Manchester citado por Adrienne Rich: ‘Estamos aquí porque tú estabas allá’ es revelador. Tanto así, que vuelve a poner en sitio la incomodidad de mi propia voz, o las de aquellas mujeres de los diarios. No en cuanto a voces a ser escuchadas, sino en cuanto a voces que se plantean desde ‘el centro’, desde el ‘nosotras’.

Cabildo de amigxs, guetos, patrocinio, influencia, y el debate de la nueva constitución. Es la forma que se dispuso para intervenir y mirar al ‘otro’. Con esta discusión se movió el eje hacia lo institucional. Una fórmula tentadora, desde que la Constitución ha sido el símbolo de la herencia dictatorial y, claro, el Derecho promete ser una herramienta civilizada (y ‘ora’) de cambio social. Con todo, ese encuadre es técnico, a ratos difícil. El análisis es ahora abstracto, no íntimo. Hoy quórums, mañana regímenes de Gobierno, principio de subsidiariedad, y si tenemos suerte aborto. Ni un carajo mi vida, ni la tuya. Un pantano de silencio en lo privado, en lo cotidiano, eso precisamente que el feminismo llama a politizar. Solo quiero decir tal vez ¡demasiado en esa dirección! La Constitución de Pinochet tiene varios pecados, pero ahora carga con varias de nuestras (otras) culpas. El sacrificio, hasta con ribetes rituales puede ser bienvenido ¡quemémosla! Pero cuidado con el grado de confianza en esta herramienta, el nivel de consuelo que parece ofrecer. La sospecha no es mía, la heredo de la Teoría feminista del Derecho (Martha Fineman, Carol Smart, Jane Flax, Heather Ruth Wishik, Mary Jane Mossman, etc). Si al horizonte feminista se arriba o no con el Derecho, excede esta reflexión, solo llamo a no tener una sobre confianza en esa perspectiva. Se requiere más agudeza en nuestra revisión, concretitud. Sino la compasión y empatía se intelectualizan, se adormecen.

Algo más preciso, tal vez honesto, emerge desde lo personal. ¿Es posible siquiera pensar una mirada a mi propia vida? Es político también. No parece impertinente la reflexión de cómo unx mismx ha fragmentado la sociedad, otras vidas. Desde una participación evidente, defensores oportunistas del modelo, corrupción y la burocracia del poder económico: consultorxs, abogaxs, lobistas; hasta una complicidad que parece trivial: silencio de funcionarios públicos, normalización, frivolidad: ‘lo decidieron otrxs.’ La banalidad del mal de Hanna Arendt, capaz de corroerlo todo. Nada de esto es compensable por un voluntariado, un check en la marcha más grande de Chile, ni por ser uno más de los que derrocan la constitución de Pinochet. El despertar podría ofrecer una especie de nuevo comienzo. Lxs parlamentarixs bajaron su dieta y ciertos empresarixs han mejorado a sus peores asalariadxs, por miedo o supervivencia. Sin embargo, parte de la elite no quiere pasar por la ducha fría. Son exitosxs en el camuflaje. Puede que sean la mayoría: profesionales exitosxs y académicxs (o como es tradicional en Chile, doble rol). Las formas de autoengaño, de persistir son menos excusables. Las preguntas incómodas ya están presentes en nuestras mentes. De otro modo no se explica el foco por la arista violenta del conflicto, el enamoramiento por un largo proceso constituyente o nuestra desesperación por aparecer ‘en la causa’. Embelecos. Las reformas económicas bajo las herramientas legales comunes (reforma tributaria y al sistema de pensiones, derecho laboral, mejoras en regulación económica) esperan su turno. La agenda social gotea.

Los primeros días del despertar, la normalidad parecía romperse en mil pedazos. La calle nos devolvió cordura, dice Mónica González. Sin embargo, al correr de los días, aparecen las viscosidades del poder, lxs encantadorxs de serpientes y las serpientes mismas. Ellxs harán cualquier cosa para evitar ser movidxs. Llegarán hasta la emoción histérica, la retórica y la intervención publicitada, para precisamente no quebrarse de verdad (ni ser tocadxs social y económicamente). Veo lo personal, ‘lo incómodo’ como una posibilidad. Arriesgar más, que se pida arriesgar más, aún bajo pena de ser soez. ¿De dónde exactamente viene mi bienestar y mis posibilidades en la vida? ¿Quién las financia y a costa de quiénes? ¿En qué medida mis complicidades han dejado de lado a otrxs? Dinero, pero sobre todo ventajas. Concretamente: conseguir trabajo por conocidxs del colegio, para parientes o amigxs, acceso a instituciones: think tanks, Estado y universidades, etc. Estas son preguntas para no vivir en el engaño. Una defensa por la realidad y el tipo de cuestionamientos que las personas en las calles no tendrán la oportunidad de hacer directamente a la elite de los diarios y de ‘ciertos’ cabildos.

No quiero, ni puedo ofrecer un curso de acción claro. Pero pensar lo personal no es tan poca cosa. Larga tradición desde la segunda ola feminista y el ensayo de Carol Hanisch que proclama que lo personal es político. Y sí, según dice Sontag nuevamente, muchxs aún veremos el sufrimiento a distancia. Mirar aún de cerca, y con mucha atención, sin la mediación de una imagen, sigue siendo observación. Es una atención selectiva, no es saltar a involucrarse. Pero no hay necesariamente algo desatinado en ello, ‘nadie puede pensar y golpear a alguien al mismo tiempo.’ Pensar en lo personal sigue siendo un bastión por la realidad. La sobriedad, la duda, a lo menos ofrece genuina problematización. Reconocer nuestra contradicción podría ser el primer paso.

Paula Hollstein Barría. Estudiante de doctorado en Derecho de la Universidad de Warwick, Reino Unido. Paula es abogada de la Universidad de Chile, tiene una Maestría en Filosofía y Políticas Públicas de LSE y un LLM en derechos humanos de UCL. Después de haber trabajado casi exclusivamente en organismos reguladores de Chile, sus intereses académicos actuales se encuentran en las intersecciones del Derecho con la perspectiva de género, la violencia psicológica y los derechos humanos.

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